Libro: las asas malditas

a Calavera Ambulante, ese era el nombre de la caravana aparcada
junto al gran muro de piedra. Un nombre que se susurra con el temblor
de lo prohibido, pero que sigue viajando de boca en boca por la vía de
la curiosidad. Todo ciudadano respetable negará haberla visto con sus
propios ojos, y sin embargo, no hay un solo ser en Éterdar que no pueda
describirla con detalle bajo la coacción apropiada: estructura de ébano
nocturno, rematado con adornos de caoba dorada; cuatro ruedas oxidadas
que, al girar, emiten un chirrido que atrae a los murciélagos; dos farolillos de
luz azulada, siempre encendidos a ambos lados de la puerta de atrás; ningún
animal de carga que tire de ella; ventanucos cubiertos con seda de luna… Y
una enorme calavera blanca dibujada en el costado izquierdo.
De la misma forma, nadie admitirá haber tenido trato directo con su
dueño, el Acordeonista Muerto, pero todo el mundo conoce el porqué de su
poco original nombre.
—Acercaos, escuchad… Porque esta es la historia más triste que os
habrán de contar jamás: la historia de Eliss, la más hermosa de las hadas, y de
cómo su corazón se rompió en pedazos por amar a un mortal…
El Acordeonista Muerto salió por la puerta de la Calavera Ambulante
para anunciar su actuación. No había labios en su boca, solo encías huesudas
unidas directamente a los dientes de marfil, y no quedaba cabello en su
cabeza, tan solo un pulido cráneo blanco. No obstante, en las cuencas de los
ojos, oscuras y profundas, aún se adivinaban dos luceros azules y sagaces que
llenaban su rostro de vida. Su vestimenta de aristócrata, con babero de lino
blanco, camisa, botas altas y abrigo de terciopelo azul, y su estatura muy por
encima de la media, le conferían una apariencia respetable. Su potente voz de
barítono enseguida atrajo a los tímidos espectadores venidos de los recovecos

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