a Calavera Ambulante, ese era el nombre de la caravana aparcada junto al gran muro de piedra. Un nombre que se susurra con el temblor de lo prohibido, pero que sigue viajando de boca en boca por la vía de la curiosidad. Todo ciudadano respetable negará haberla visto con sus propios ojos, y sin embargo, no hay un solo ser en Éterdar que no pueda describirla con detalle bajo la coacción apropiada: estructura de ébano nocturno, rematado con adornos de caoba dorada; cuatro ruedas oxidadas que, al girar, emiten un chirrido que atrae a los murciélagos; dos farolillos de luz azulada, siempre encendidos a ambos lados de la puerta de atrás; ningún animal de carga que tire de ella; ventanucos cubiertos con seda de luna… Y una enorme calavera blanca dibujada en el costado izquierdo. De la misma forma, nadie admitirá haber tenido trato directo con su dueño, el Acordeonista Muerto, pero todo el mundo conoce el porqué de su poco original nombre. —Acercaos, escuchad… Porque esta es la...
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